Capítulo Cuarto: Mal interpretación
La estancia era algo más grande
que una despensa, medio oscura e iluminada tan solo por la luz que
proporcionaba la ventana abierta. Tal y como había dicho, había un pequeño
ventilador al lado de la mesa del despacho, junto a la ventana, que daba
directamente al señor Gilbert, quien permanecía sentado en su silla. Su postura
me dio a entender que se trataba de un hombre agotado con alguna que otra
enfermedad que empezaba a incubarse dentro de su cuerpo robusto.
-¿Se puede? –pregunté antes de
entrar.
-Con gusto… -pronunció cada
palabra con cierto agotamiento -. Pasa muchacho.
Pesadamente pudo levantarse para
estrecharme la mano y presentarse.
-Encantado, yo soy Marc Gilbert,
el dueño de este pequeño negocio y el que va a ser tu jefe durante tu periodo
de prueba aquí –me informó aunque ya lo sabía perfectamente.
-Lo mismo digo. Yo soy Keith von
Kramer y lo más seguro es que ya sepa mi caso. Estoy a su completa disposición
–traté de sonar amable y cordial.
El hombre, a pesar de parecer
cansado, pudo hacer un esfuerzo para sonreír abiertamente y mostrarme que
dentro de aquella fachada de hombre respetable y tirano había cierta nota de
gentileza requerida por su oficio.
-Me alegra ver tu entusiasmo por
trabajar con nosotros. Como sabrás hay muchas personas que necesitan de nuestra
ayuda para poder sobrellevar su día a día. Nosotros nos encargamos de darles un
empujoncito para que luego puedan buscarse la vida por sí solos y ser personas
de bien.
-Eso quiere decir que sois como
una especie de ONG, ¿o me equivoco? –pregunté acomodándome lo mejor que pude en
aquella silla.
-Algo parecido, solo que nosotros
no nos quedamos con parte de lo que nos es donado. No quiero decir que las
verdaderas ONGs lo hagan, claro está. Al fin y al cabo unas cuantas también
colaboran con nosotros y nos dan subvenciones considerables y nos recomiendan a
sus contactos en la alta sociedad –dijo este mientras se pasaba un pañuelo por
la frente sudorosa.
Me mantuve a la espera de que
siguiera con su explicación pero se mantuvo callado.
-Dime, Keith, ¿podemos confiar en
ti y en tu juicio? –inquirió apoyándose seriamente sobre los codos en la mesa.
Sentí cómo mi expresión tomaba
cierto tono de extrañeza ante su repentino cambio de conversación. ¿A caso me
creía un ser peligroso del cual se debía dudar? Muy mal encaminado iba.
-De eso no lo dude, señor Gilbert
–le aseguré –. Puede confiar en mí plenamente.
Esto al parecer fue un cántico
celestial ya que el hombre se relajó hasta el punto de dejar de meter su
incipiente barriga que asomaba peligrosamente y amenazaba por romperle la
camisa que daba la impresión de que muy difícilmente había conseguido ponérsela
esta mañana.
-En ese caso, Keith, si me
permites tutearte… -dijo inseguro. Asentí -. Te presentaré a quien va a ser tu
guía hasta que puedas moverte por ti mismo por este trabajo –dijo mientras
pulsaba una tecla del teléfono que tenía frente suyo -. ¿Podrías venir un
momento, por favor? –y colgó.
No tardó mucho tiempo en aparecer
y cuando lo hizo me sorprendió que fuera nada más y nada menos que la
secretaria, Amanda.
-¿Me llamabas, Jefe? –dijo ésta
nada más entrar.
Se me iluminó la mirada cuando la
vi acercarse a mi lado ya que esto supondría que tendría compañía, una muy
buena compañía, durante mi estancia en aquel lugar.
-Cariño, te presento a Keith
–mientras señalaba en mi dirección con un brazo -. Es nuevo y me gustaría que
fueras su guía mientras está con nosotros. Dime, ¿podrías hacerme ese gran
favor?
La chica no mostró ningún signo
de sorpresa ni de indignación ya que se había imaginado en cierta parte a lo
que fue requerida. Una parte de mí se alegró porque no opusiera resistencia ya
que eso quería decir que la tenía en el bote, pero otra parte de mí se puso
alerta en cuanto el señor Gilbert la llamó cariño ya que, ¿y si mantenían una
relación más que profesional y yo me estaba metiendo en terreno peligroso? De
nuevo, una de las tantas partes de las que estaba formada mi persona se
interesó aún más por la situación y quiso obtener cuanto antes su atención
aunque eso pusiera en peligro mi condición.
Amanda asintió y se giró hacia mí
mostrándome una sonrisa suspicaz.
-En ese caso, encantada, soy
Amanda Gilbert, socia de Interlace –se presentó ante mí con esa
sonrisa de antes.
¿Amanda Gilbert, socia de Interlace? Tal y como había supuesto, aquella muchacha que tenía delante de mis
narices se trataba a lo mejor de la esposa joven que el jefe había conseguido
apresar. Menuda suerte.
No pude evitar mostrar mi gesto
sorprendido.
-Te pido que me la cuides eh,
Keith, ¿sí? Aunque creo que debería ser al revés ya que mi niña es bastante
autosuficiente –añadió mientras se acercaba a ella y le pasaba un brazo por los
hombros.
El hombre la contemplaba con
verdadera admiración y adoración, no con deseo tal y como me había esperado si
se tratara de una amante, más bien como si fuera…
-¿Su hija?
Ambos se giraron en mi dirección
dejando a un lado esa aura de familiaridad para contemplarme extrañados.
-Jefe, por favor, que estamos en
el trabajo. Deja tu parte paternal dentro de casa, ¿si? –le reprochó ella
mientras se apartaba del señor Gilbert, empujándolo delicadamente a un lado y
se acomodaba el traje de secretaria descuidada.
A pesar de haberme estampado con
la verdad en las narices no sabía cómo responder. Me quedé completamente en
blanco.
-Ya ves, Keith. Cuando los hijos
se hacen mayores reniegan de sus padres –dijo éste mientras adoptaba cierto
rastro de abatimiento fingido, quizás para albergar remordimientos en la
conciencia de su hija. A pesar de eso, ella siguió mostrándose seria –. Bueno,
bueno. Lo mejor va a ser que empecemos con el trabajo. Keith, no hace falta que
empieces hoy mismo, te dejo este día para que conozcas un poco las funciones
que debes desempeñar ya que serás también el ayudante de Mandy, ¿verdad cariño?
–girándose a ella y mostrándole un gesto suplicantemente fingido.
Amanda, o Mandy para los ojos de
su padre, no pudo evitar fulminarlo con la mirada, aunque volvió a su rostro
inescrutable al segundo siguiente.
-Jefe, sé hacer perfectamente mi
trabajo y no te ofendes –dijo en mi dirección –, pero no necesito ningún
ayudante.
La expresión iluminada por un aro
de luz del señor Gilbert fue apagándose a una velocidad de vértigo mientras su
gesto de desolación al escuchar el rechazo de su hija se apoderó de él. Todo
aquello, claro está, lo hacía con un poco de actuación.
Mientras escuchaba los lloriqueos
de un padre a su hija, yo me dedicaba a contemplarlo todo y en reparar en mi situación.
¿Cómo pude ser tan idiota y dejarme manipular por aquella fémina que parecía
ser toda una damisela en apuros? ¡Que le dije que su jefe, y padre en este
caso, era un dictador! Había insinuado sandeces acerca de aquel hombre que daba
la impresión de que aún le quedaban algunas primaveras para madurar, haciéndole
entender que en realidad creía que era un tirano mientras ella escuchaba
animada e intrigada sobre mi punto de vista… Hasta ese momento no me había dado
cuenta pero, al parecer, aquella encuesta cabía la posibilidad de que la
tuviera muy bien aprendida para saber qué sujetos estaba a punto de contratar
su padre, quien tenía la impresión de ser un hombre implacable pero que en el
fondo se dejaba mangonear hasta por un ratón. Todo aquello había sido una
trampa por aquella mujer astutamente intimidante. Y, a la mejor, me estaba
metiendo en un buen lío.
-En ese caso no tengo nada más
que decirle, tan solo que me alegra tenerlo en nuestro equipo señor von Kramer
–y me estrechó la mano.
Una oleada de electricidad me
recorrió desde el primer momento en el que su piel tocó la mía. Fue una
sensación muy extraña. Aquel hombre desprendía una energía demasiado buena y me
agradó con sumo gusto aquel dato. Se podía confiar en él.
-Lo mismo digo, señor Gilbert
–traté de ser amable aunque esta vez me salió sólo, sin un ápice de falsedad ni
nada parecido.
Las despedidas no eran lo mío por
mucho que aquello tan solo se tratara de un simple hasta luego. No sabía cómo
hacerme ver a gusto en esas situaciones y me incomodaba profundamente por lo
que con un asentamiento de cabeza y una sonrisa flamante me encaminé a la
puerta y salí tomando un largo suspiro de satisfacción. Había pasado
inadvertido a mis puñaladas traperas. A lo mejor sí que había calado en el
fondo de la bella Amanda.
Examiné a mí alrededor y no había
ningún rastro de Frankie. Se había volatilizado el muy traidor. Antes de que
pudiera ir en su búsqueda, Amanda apareció detrás de mí con un gesto que iba de
aburrido a consumido, o quizá a ambas cosas. Aquella mujer sufría muy en el
fondo un pesar que no la dejaba tranquila, algo que no contaba al resto y que
prefería guardárselo a sí misma. Como había dicho su padre con anterioridad,
era una persona autosuficiente y si su padre la veía de esa forma es que se
trataba de una persona de tal rango personal, pero por muchos beneficios que
trajera encima no dejaba a un lado el hecho de que por ser el nuevo me hubiera
tomado por idiota sonsacándome información sin que ella soltara prenda. Se creía
muy lista con su autosuficiencia aunque yo lo era más y me lo había merecido
con mucho sudor y pocas lágrimas.
La observé regresar a su puesto
de trabajo como si no hubiera reparado en mi presencia, como si fuera una
efímera presencia en el espacio tiempo, como si no fuera nada. Y maldita sea,
esa mujer no podía verme como tal cosa.
2 comentarios:
guauuu esta bellisimo este capitulo!! sos muy buena en la narracion!!! besitos!Muy hermosa la historia! sigue asi. cariños
analia
@BrisaOh! muchas gracias Brisa, me alegra que te haya gustado :D, un beso
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