9.09.2011

Mis Razones para un Último Beso cap. 4


Capítulo Cuarto: Mal interpretación

La estancia era algo más grande que una despensa, medio oscura e iluminada tan solo por la luz que proporcionaba la ventana abierta. Tal y como había dicho, había un pequeño ventilador al lado de la mesa del despacho, junto a la ventana, que daba directamente al señor Gilbert, quien permanecía sentado en su silla. Su postura me dio a entender que se trataba de un hombre agotado con alguna que otra enfermedad que empezaba a incubarse dentro de su cuerpo robusto.
-¿Se puede? –pregunté antes de entrar.
-Con gusto… -pronunció cada palabra con cierto agotamiento -. Pasa muchacho.
Pesadamente pudo levantarse para estrecharme la mano y presentarse.
-Encantado, yo soy Marc Gilbert, el dueño de este pequeño negocio y el que va a ser tu jefe durante tu periodo de prueba aquí –me informó aunque ya lo sabía perfectamente.
-Lo mismo digo. Yo soy Keith von Kramer y lo más seguro es que ya sepa mi caso. Estoy a su completa disposición –traté de sonar amable y cordial.
El hombre, a pesar de parecer cansado, pudo hacer un esfuerzo para sonreír abiertamente y mostrarme que dentro de aquella fachada de hombre respetable y tirano había cierta nota de gentileza requerida por su oficio.
-Me alegra ver tu entusiasmo por trabajar con nosotros. Como sabrás hay muchas personas que necesitan de nuestra ayuda para poder sobrellevar su día a día. Nosotros nos encargamos de darles un empujoncito para que luego puedan buscarse la vida por sí solos y ser personas de bien.
-Eso quiere decir que sois como una especie de ONG, ¿o me equivoco? –pregunté acomodándome lo mejor que pude en aquella silla.
-Algo parecido, solo que nosotros no nos quedamos con parte de lo que nos es donado. No quiero decir que las verdaderas ONGs lo hagan, claro está. Al fin y al cabo unas cuantas también colaboran con nosotros y nos dan subvenciones considerables y nos recomiendan a sus contactos en la alta sociedad –dijo este mientras se pasaba un pañuelo por la frente sudorosa.
Me mantuve a la espera de que siguiera con su explicación pero se mantuvo callado.
-Dime, Keith, ¿podemos confiar en ti y en tu juicio? –inquirió apoyándose seriamente sobre los codos en la mesa.
Sentí cómo mi expresión tomaba cierto tono de extrañeza ante su repentino cambio de conversación. ¿A caso me creía un ser peligroso del cual se debía dudar? Muy mal encaminado iba.
-De eso no lo dude, señor Gilbert –le aseguré –. Puede confiar en mí plenamente.
Esto al parecer fue un cántico celestial ya que el hombre se relajó hasta el punto de dejar de meter su incipiente barriga que asomaba peligrosamente y amenazaba por romperle la camisa que daba la impresión de que muy difícilmente había conseguido ponérsela esta mañana.
-En ese caso, Keith, si me permites tutearte… -dijo inseguro. Asentí -. Te presentaré a quien va a ser tu guía hasta que puedas moverte por ti mismo por este trabajo –dijo mientras pulsaba una tecla del teléfono que tenía frente suyo -. ¿Podrías venir un momento, por favor? –y colgó.
No tardó mucho tiempo en aparecer y cuando lo hizo me sorprendió que fuera nada más y nada menos que la secretaria, Amanda.
-¿Me llamabas, Jefe? –dijo ésta nada más entrar.
Se me iluminó la mirada cuando la vi acercarse a mi lado ya que esto supondría que tendría compañía, una muy buena compañía, durante mi estancia en aquel lugar.
-Cariño, te presento a Keith –mientras señalaba en mi dirección con un brazo -. Es nuevo y me gustaría que fueras su guía mientras está con nosotros. Dime, ¿podrías hacerme ese gran favor?
La chica no mostró ningún signo de sorpresa ni de indignación ya que se había imaginado en cierta parte a lo que fue requerida. Una parte de mí se alegró porque no opusiera resistencia ya que eso quería decir que la tenía en el bote, pero otra parte de mí se puso alerta en cuanto el señor Gilbert la llamó cariño ya que, ¿y si mantenían una relación más que profesional y yo me estaba metiendo en terreno peligroso? De nuevo, una de las tantas partes de las que estaba formada mi persona se interesó aún más por la situación y quiso obtener cuanto antes su atención aunque eso pusiera en peligro mi condición.
Amanda asintió y se giró hacia mí mostrándome una sonrisa suspicaz.
-En ese caso, encantada, soy Amanda Gilbert, socia de Interlace –se presentó ante mí con esa sonrisa de antes.
¿Amanda Gilbert, socia de Interlace? Tal y como había supuesto, aquella muchacha que tenía delante de mis narices se trataba a lo mejor de la esposa joven que el jefe había conseguido apresar. Menuda suerte.
No pude evitar mostrar mi gesto sorprendido.
-Te pido que me la cuides eh, Keith, ¿sí? Aunque creo que debería ser al revés ya que mi niña es bastante autosuficiente –añadió mientras se acercaba a ella y le pasaba un brazo por los hombros.
El hombre la contemplaba con verdadera admiración y adoración, no con deseo tal y como me había esperado si se tratara de una amante, más bien como si fuera…
-¿Su hija?
Ambos se giraron en mi dirección dejando a un lado esa aura de familiaridad para contemplarme extrañados.
-Jefe, por favor, que estamos en el trabajo. Deja tu parte paternal dentro de casa, ¿si? –le reprochó ella mientras se apartaba del señor Gilbert, empujándolo delicadamente a un lado y se acomodaba el traje de secretaria descuidada.
A pesar de haberme estampado con la verdad en las narices no sabía cómo responder. Me quedé completamente en blanco.
-Ya ves, Keith. Cuando los hijos se hacen mayores reniegan de sus padres –dijo éste mientras adoptaba cierto rastro de abatimiento fingido, quizás para albergar remordimientos en la conciencia de su hija. A pesar de eso, ella siguió mostrándose seria –. Bueno, bueno. Lo mejor va a ser que empecemos con el trabajo. Keith, no hace falta que empieces hoy mismo, te dejo este día para que conozcas un poco las funciones que debes desempeñar ya que serás también el ayudante de Mandy, ¿verdad cariño? –girándose a ella y mostrándole un gesto suplicantemente fingido.
Amanda, o Mandy para los ojos de su padre, no pudo evitar fulminarlo con la mirada, aunque volvió a su rostro inescrutable al segundo siguiente.
-Jefe, sé hacer perfectamente mi trabajo y no te ofendes –dijo en mi dirección –, pero no necesito ningún ayudante.
La expresión iluminada por un aro de luz del señor Gilbert fue apagándose a una velocidad de vértigo mientras su gesto de desolación al escuchar el rechazo de su hija se apoderó de él. Todo aquello, claro está, lo hacía con un poco de actuación.
Mientras escuchaba los lloriqueos de un padre a su hija, yo me dedicaba a contemplarlo todo y en reparar en mi situación. ¿Cómo pude ser tan idiota y dejarme manipular por aquella fémina que parecía ser toda una damisela en apuros? ¡Que le dije que su jefe, y padre en este caso, era un dictador! Había insinuado sandeces acerca de aquel hombre que daba la impresión de que aún le quedaban algunas primaveras para madurar, haciéndole entender que en realidad creía que era un tirano mientras ella escuchaba animada e intrigada sobre mi punto de vista… Hasta ese momento no me había dado cuenta pero, al parecer, aquella encuesta cabía la posibilidad de que la tuviera muy bien aprendida para saber qué sujetos estaba a punto de contratar su padre, quien tenía la impresión de ser un hombre implacable pero que en el fondo se dejaba mangonear hasta por un ratón. Todo aquello había sido una trampa por aquella mujer astutamente intimidante. Y, a la mejor, me estaba metiendo en un buen lío.
-En ese caso no tengo nada más que decirle, tan solo que me alegra tenerlo en nuestro equipo señor von Kramer –y me estrechó la mano.
Una oleada de electricidad me recorrió desde el primer momento en el que su piel tocó la mía. Fue una sensación muy extraña. Aquel hombre desprendía una energía demasiado buena y me agradó con sumo gusto aquel dato. Se podía confiar en él.
-Lo mismo digo, señor Gilbert –traté de ser amable aunque esta vez me salió sólo, sin un ápice de falsedad ni nada parecido.
Las despedidas no eran lo mío por mucho que aquello tan solo se tratara de un simple hasta luego. No sabía cómo hacerme ver a gusto en esas situaciones y me incomodaba profundamente por lo que con un asentamiento de cabeza y una sonrisa flamante me encaminé a la puerta y salí tomando un largo suspiro de satisfacción. Había pasado inadvertido a mis puñaladas traperas. A lo mejor sí que había calado en el fondo de la bella Amanda.
Examiné a mí alrededor y no había ningún rastro de Frankie. Se había volatilizado el muy traidor. Antes de que pudiera ir en su búsqueda, Amanda apareció detrás de mí con un gesto que iba de aburrido a consumido, o quizá a ambas cosas. Aquella mujer sufría muy en el fondo un pesar que no la dejaba tranquila, algo que no contaba al resto y que prefería guardárselo a sí misma. Como había dicho su padre con anterioridad, era una persona autosuficiente y si su padre la veía de esa forma es que se trataba de una persona de tal rango personal, pero por muchos beneficios que trajera encima no dejaba a un lado el hecho de que por ser el nuevo me hubiera tomado por idiota sonsacándome información sin que ella soltara prenda. Se creía muy lista con su autosuficiencia aunque yo lo era más y me lo había merecido con mucho sudor y pocas lágrimas.
La observé regresar a su puesto de trabajo como si no hubiera reparado en mi presencia, como si fuera una efímera presencia en el espacio tiempo, como si no fuera nada. Y maldita sea, esa mujer no podía verme como tal cosa. 

2 comentarios:

Unknown dijo...

guauuu esta bellisimo este capitulo!! sos muy buena en la narracion!!! besitos!Muy hermosa la historia! sigue asi. cariños
analia

Eve Sanbra dijo...

@BrisaOh! muchas gracias Brisa, me alegra que te haya gustado :D, un beso