5.01.2011

Divina Prohición cap 2

2. Indeciso

Lo encontramos recostado en su cama individual mirando fijamente a las musarañas. El hombre parecía más perdido de lo habitual, algo a lo que estaba acostumbrada a ver, y en parte no me decepcionó. Parecía un chico de lo más normal, con una experiencia cercana a la muerte de lo más típica en alguien de su edad: coma etílico por una noche de fiesta desenfrenada.
—Tú debes de ser Nathaniel —empecé en cuanto vi que dirigía a nosotros su atención —. Encantada, yo soy Cleira y él —señalando a Shem —es mi compañero, Shem…
—Llámame Shem y no te meterás en problemas, ¿de acuerdo? —le amenazó amablemente.
El chico se quedó consternado sobre su cama. Normal, no todos los días te amenazaban mientras estás postrado en una cama de hospital después de regresar de una muerte indecisa por coma etílico, y sobre todo tu amenazante no solía ser un ángel caído sádico como Shem.
—Por favor, Shem, sé un poco más delicado, ¿no ves que acaba de despertar de la muerte?
—Y me vas a hablar a mí de delicadezas… Le acabas de soltar que acaba de regresar de la muerte —me advirtió señalando al chico con cara de espanto.
Estaba pálido como el papel mirando a cada uno de hito en hito.
—Oh, vaya. Lo siento mucho, no quería darte la noticia así de sopetón, pero mi compañero me pone de muy mala uva. De veras que lo siento —me disculpé.
Nathaniel consiguió recuperar la compostura y trató de erguirse para acabar sentado en su cama.
—Sé quiénes sois, Rafael me ha advertido de vuestra visita —dijo al fin el chico.
—En ese caso me alegro, no tenía la menor gana de repetir nuevamente el discurso de iniciación a un indeciso —dijo Shem caminando en dirección a la ventana abierta de la habitación. Un viento agradable entraba por ella con olor a primavera.
—Pero no me explicó qué sois exactamente, sólo por qué me encontraba en esta planta y qué me había pasado… —su rostro volvió a tomar un matiz pálido. El chico había pasado por mucho, su vida había sido un desastre pero a pesar de todo había conseguido hacerse con el dominio de una pequeña empresa de artículos deportivos, no fumaba aunque sí bebía, motivo por el cual se encontraba en ese lugar postrado a una cama —. No recuerdo mi muerte, no recuerdo lo que vi cuando estuve a punto de atravesar el umbral del limbo… ¿A caso esta es una segunda oportunidad que me ha dado Dios? —dijo el chico sorprendido de lo que significaba su pregunta.
Shem saltó en risas de lo más crueles.
—Colega, en parte esto es una segunda oportunidad, sí, pero no pidas que Dios te ayude nuevamente porque no lo hará. Si no es capaz de ayudar a sus propios ayudantes, es imposible que ayude a gente como tú —remarcó Shem con desprecio agrio en la voz —. Simplemente tuviste suerte al no tener un camino decidido en cuanto moriste, eso sí te salvó.
El chico se quedó mirando muy fijamente a Shem, quien le retaba a que dijera algo con la mirada, pero el chico al ver que perdería ante él la apartó para concentrarse en mí.
—Entonces tú eres mi ángel guardián, ¿no? —preguntó en mi dirección, y me sorprendió mucho el tono en el que lo dijo, como si me adorara, como si fuera algo divino.
Asentí cruzándome de brazos.
—Eso es… —titubeó buscando la palabra correcta. En un principio parecía que le estaba dando un ataque de ansiedad, pero en cuanto se le dibujó una sonrisa de lo más demostrativa pude relajarme — ¡genial!
Trató de ponerse en pie, pero su aún débil cuerpo se lo impidió cayendo sobre la cama.
Me acerqué corriendo a su lado para ayudarlo.
—Trata de no levantarte aún, ¿quieres? —sentí la presión de sus manos cuando lo ayudé a acomodarse nuevamente sobre su camastro.
—Pero puedo tocarte —dijo el chico todo sorprendido por su hallazgo.
Esta vez Shem cogió a Nathaniel del otro brazo y le ayudó a conectarse a los aparatos.
—Vaya, no pensaba que eras un genio —dijo en guasa —. Ambos tenemos cuerpos, somos tangibles, si quieres puedes tocarme todo lo que quieras para que te quedes más tranquilo —le advirtió clavando la mirada fija en los ojos color caramelo de Nathaniel.
El chico me soltó el brazo y se soltó del de Shem violentamente.
—¿Y para qué habéis venido exactamente? No creo que esto sea una visita de cortesía.
Nathaniel nos miró a cada uno pero a la que más trataba de mirar era a mí ya que Shem lo único que estaba consiguiendo era incomodar al indeciso.
—Queríamos conocerte en persona —expliqué.
—Para conocerte mejor, dijo el lobo feroz —citó Shem en voz alta, adoptando una voz más grave. Al ver que ninguno de nosotros reíamos, decidió dejar los ojos en blanco y reírse él solo de sus maquinaciones.
—Eres nuestro nuevo protegido, y para que lo sepas te llamamos indeciso, no en plan malo ni nada parecido, sino sólo por lo que fuiste en el momento en que moriste.
—¿Y qué me pasó entonces?
—No supiste escoger el camino correcto. A una persona cuando muere se le presentan dos caminos, la luz y las tinieblas. La mayoría de las personas saben qué camino escoger, no conscientemente porque sino eso desvelaría la gracia de vivir, pero ya desde un principio se sabe qué camino quieren tomar para sus propósitos. Hay quienes tienen un camino muy claro pero al final acaban tomando otro, pero eso se da en casos especiales y a esos los llamamos cambiantes. Pero en tu caso, y en el caso de otros como tú, no sabéis qué camino escoger, bien sea por una mala experiencia durante la gestación del feto, un trauma demasiado fuerte durante la infancia o una vida demasiado inestable hasta el momento de su muerte… Son muchos los factores que influyen en este tema. Lo único que sabemos de ti es que te encontraste con esos dos caminos y no supiste cuál escoger, y por eso estamos aquí, para enseñarte las dos caras del más allá —terminé con mi discurso aprendido de memoria.
Tanto Nathaniel como Shem me contemplaban expectantes, y supe que Shem lo hacía para imitar burdamente la sorpresa del pobre indeciso.
—Y bien, indeciso, ¿quieres que intervengamos en tu destino o ya tienes decidido qué camino escoger? —le apresuró Shem.
El chico parpadeó recuperando el hilo de la conversación y la insinuación de Shem.
—Acepto el trato, quiero que me enseñéis —dijo todo ilusionado por una experiencia nueva en su vida —. Pero ¿seré solo yo quien os vea? Si os hablo por la calle ¿parecerá que esté hablando solo o algo así? Porque no sé si me comprendáis pero no me gusta darme aires de loco.
—Tranquilo —dije—, no tienes de qué preocuparte, como viste antes puedes tocarnos, por lo que seremos tangibles y totalmente visibles al resto del mundo, sólo que ellos no deben saber lo que somos, ¿de acuerdo? —le advertí seria.
Nathaniel asintió obediente desde su sitio.
—Por mi parte no tendréis ningún problema —y me dedicó una sonrisa de lo más risueña.
Allí, quizá, el chico mostraba al fin su verdadera personalidad, en esa sonrisa de lo más radiante a pesar de su aún débil estado de salud.
En cuanto la enfermera vino a atenderlo nosotros nos escabullimos y los dejamos con una sesión de pinchazos con agujas que más parecían palillos chinos.
—Parece un crío —comentó Shem en cuanto salimos del centro al parquecillo de fuera. —¿Cuántos años le hechas? ¿Unos quince? Es demasiado joven.
—En realidad tiene veintitrés, y está bastante bien formado —aclaré recordando lo que me dio tiempo a ver de las fichas que Rafael me dio.
Shem caminó a mi lado en silencio y supe lo que estaba pensando.
—No pienses —dije con veneno en la voz, y Shem se echó a reír por lo bajo.
—Venga, ángel, sabes que no puedes desear —me previno bonachón —. Además, pude ver lo suficiente desde atrás como para darme cuenta de que el chaval no esta muy en forma que digamos.
—No estoy deseando nada —lo miré muy mal —. Y perdona si no me fijé en algo tan personal, pervertido.
—No soy un pervertido, al menos no con hombres tan poco deseables como ese esperpento.
—Aggg.
Adelanté el paso hasta acabar medio metro por delante suyo.
—¡Ángel! —me llamó —. Sé un poco más comprensiva y admite que este indeciso es un poco tirillas —me paró tirando de mí hacia atrás.
—Oh, venga Shem, ¿no estarás pensando en tirarte a este indeciso también? Porque si seguimos así acabaremos siendo sancionados —le reñí.
Llevábamos un historial de indecisos muy pobre, entre Emma y Charlotte, este era el primer chico con el que debíamos tratar, y temía que también acabara mal influenciado como las dos anteriores.
—No es mi tipo, y llevo haciendo esto desde mucho antes de que fueras un proyecto en la mente de tus atolondrados padres —me apuñaló con su juicioso dedo índice.
Ya estábamos de nuevo sacando trapos sucios del pasado, de un pasado que apenas conocía y del cual poca información había llegado a mis manos. Los caídos y sus frases insensibles.
Lo dejé estar porque sabía que Shem ya era insensible de por sí, pero a pesar de todo la huella estaba ahí.
Mi camino a casa se basaba en un sinfín de estrechos callejones rodeados de sombras por el atardecer que se cernía sobre nuestras cabezas. A pesar de que Brooklyn me traía de cabeza, me encantaba perderme entre sus callejones y sentir que de vez en cuando podía aparecer algún agujero negro y tragarme sin dar vuelta atrás.
Rafael y yo vivíamos en uno de los lofts con vistas a Mount Prospect Park. Ese detalle era genial porque si me apetecía hacer deporte, no tenía por qué atravesar todo el condado para ir a Central Park, donde era el lugar preferido de cualquier deportista. No es que me considerara una deportista nata, pero me veía en la necesidad de descargar mi frustración con cualquier método de relajación, y en eso me ayudaba recorrer unas cuantas veces el sendero verde.
Abrí la puerta de un empujón -debíamos mencionar al portero la avería de nuestra cerradura algún día- y me lancé sobre el sofá que casi dio un vuelco hacia atrás. Me quedé echada boca arriba un buen rato, contemplando el gotéele del techo, y fui a darme una ducha rápida. Para cuando salí Rafael ya había vuelto con la compra que descansaba sobre el mármol de la mesa que separaba el salón de la cocina. Lo encontré muy concentrado viendo los noticiarios que transmitían por la CNN.
—No te oí llegar —dije nada más salir de la habitación.
Se giró para verme aparecer por su derecha y me sonrió ampliando sus labios hacia arriba. Rafael no era el típico médico de un hospital urbano, sino que era el mejor en todo el universo, y para ser quien era me resultaba aun más increíble saber que lo habían dejado a mi cuidado en este lugar.
—¿Has disfrutado del baño? Hoy por la mañana me pasé por la oficina de Martin y le mostré mis quejas por el agua caliente. No es normal que en este país, que se enorgullece por dar comodidades a tutiplén, no sea capaz de tener una ducha con agua caliente como Dios manda —se puso en pie y se acercó a revolverme el pelo con la toalla.
El pobre de Martin Roberts, el conserje jefe, ya había tenido más que suficiente en sus largos años en este edificio de más de veinte plantas, con apartamentos amplios pero en un estado deplorable. Es lo que tiene que el edificio tuviera más de un siglo.
—Deja a Martin tranquilo, es mi querido abuelito —me quejé sintiendo la tela de la toalla rascarme el cuero cabelludo con cuidado, el pelo me caía revuelto y enredado a los alrededores de mi cabeza, negro y húmedo.
—Y un gran amigo que te tiene más que vigilada de que puedas cometer cualquier locura de una recién adulta —dio unos últimos refriegues y me dejó con la toalla colgando de mi cabeza.
Pasé la tela áspera por el cuello y me ahuequé el pelo seco por las raíces hacia atrás.
—Tengo veintidós años, la etapa de una recién adulta la tengo más que superada.
Claro que había tenido una etapa rebelde en mis dieciocho, pero eso había quedado en el pasado. Desde entonces tanto Rafael como Martin me vigilaban las entradas y salidas del edificio, y si Shem me acompañaba. Si así era, Martin llamaban a Rafael, y aunque tuviera a un indeciso al borde de la muerte, lo dejaba todo y se interponía en las malas influencias que Shem trataba de hacer sobre mí.
—A veces creo que no tanto como me gustaría —cogió el mando de la mesita central y silenció al presentador en mitad de una explicación del último atentado en oriente medio —. ¿Shem se acercó hasta aquí hoy?
Traté de sacar toda la compra de las bolsas sin que cayera ninguna, pero fallé, la mayonesa rodó por la mesa hasta el borde donde Rafael, con un ágil movimiento de manos, la detuvo.
—No, me separé de él nada más salir del centro. Me pone de los nervios, Rafael, me pone de los nervios —repetí para que pillara mi mal humor.
Se puso a mi lado para coger lo que yo dejaba sobre la mesa y guardarla en los armarios.
—Lo sé Cleira, ¿a quién no pone de los nervios un caído? —cogió la bolsa de pasta y la metió a presión al lado de las otras diez bolsas. Debíamos dejar de comprar tanta pasta que a penas comíamos.
—¿Y tú cómo lo sabes? Hace mucho que no tienes un némesis, y no sabes cuánto te envidio.
Rafael dejó la organización a medias y se quedó parado, cruzándose de brazos frente a mí.
—Tener o no tener némesis no depende de nosotros, Cleira. Si tú tienes que tener uno es porque así debe ser. El que yo no esté acompañado por mi némesis en este preciso momento no quiere decir que no tenga que volver a soportarlo porque… —se giró y siguió con la labor.
—¿Y quién es? Si se puede saber, claro.
—No —me cortó serio —, no puedes saberlo.
Cerró la puerta del armario y fue a encender la cocina vitrocerámica pulsando ágil con un dedo todos los hornillos necesarios. Hoy le tocaba preparar la cena.
—¿Quieres espaguetis a la carbonara? —preguntó aún dándome la espalda.
Me senté en el taburete que tenía cerca y apoyé los codos sobre la mesa.
—Sabes que me encantan tus espaguetis a la carbonara —dije sonriente.
Descansé la cabeza sobre mis manos y observé a Rafael hacer la cena de espaldas hacia mí. con sus alas iridiscentes brillar transparentes en la tela de su chaqueta.

No hay comentarios: