8.05.2011

Mis Razones para un último Beso cap 1

Mis razones para un último beso
Capítulo primero: Sentenciado

Sentía cómo cada parte de mi cuerpo se llenaba de una cantidad de adrenalina que nunca jamás pensé experimentar en mis veinticinco años de vida. El ronroneo del coche cada vez que pisaba el acelerador a fondo, el viento azotando mi piel a cada subida de velocidad… Me sentía vivo. Pero, para mi desgracia, hoy no era mi día ya que en un arranque de felicidad acabé, no sé cómo, estampándome contra el muro de uno de los edificios más emblemáticos del país.
Así fue cómo acabé aquí, en una comisaría de policía, rodeado de perdedores malolientes que en toda su vida no habían sido capaces de coger un papel y proyectar sus ideas, algo que yo hacía habitualmente.
–¡No podéis dejarme aquí! Tengo mis derechos como la persona importante que soy –reclamé desde mi sitio detrás de las rejas.
De lo enfurecido que estaba golpeé los barrotes que tenía delante de mí hasta tal punto de hacerlos vibrar por el impacto. Al girarme, vi las miradas asesinas que enviaban mis compañeros de celda hacia mi persona. Según ellos yo era el pijo de turno que en su vida había oído hablar del paro y que por pura suerte había conseguido salir ileso de uno de los tantos abusos que solían impartir los policías sólo por ser el famosillo del momento.
Pero yo no era así, reconozco que en mi vida he tenido que pasarlas canutas con respecto al dinero, más bien lo tenía para dar y tomar, pero era humano, todos cometemos errores constantemente y sabemos rectificarnos.
Fui hacia uno de los rincones de la celda puesto que todos los sitios con pinta de comodidad estaban ocupados o más bien reservados para el próximo verdaderamente culpable. Allí, en ese sitio frío y duro, fue donde pasé la noche más larga de mi vida, al menos ese creí hasta ese momento.
A la mañana siguiente me vi ileso, sin el más mínimo rasguño. Una parte en mi fuero interno gritaba de alegría, otra se quejaba por lo fastidiada que tenía la espalda. Nada más levantarme uno de los guardias gritó mi nombre y acto seguido abrió la puerta, dejándome libre.
Antes de salir pitando como alma que lleva el diablo me giré dándole la espalda al guardia, que me esperaba con gesto resignado a que saliese, y enfrentarme a los presos que “velaron” por mí toda la noche.
-Bueno excompañeros de celda, simplemente os deseo una plácida estancia entre rejas –dije alegremente mientras iba caminando de espaldas hacia la salida –. Y no lo toméis a mal, pero para una futura fechoría evitad ser pillados por la pasma. Bueno amigos, me despido y tened un mal y asqueroso día tal y como lo fue mi horrorosa noche. Paz amigos, paz… -añadí ya alejándome y dejando que el guardia cerrase la puerta lo más rápido posible ya que, justo en ese momento, todos los que estaban dentro se pusieron en pie para abalanzarse sobre mí como los criminales que eran.
-Bueno, Frank, ¿qué me depara el futuro? –le pregunté todo lo despreocupado que pude.
Para ser más claro, Frank era el tipo que me acompañaba en este mismo momento. Sí, el guardia como todos ya conocéis, y también mi abogado. Se me podía considerar un enchufado del sistema.
Suspiró con pesadez.
-Ay… Keith, deberías preocuparte un poco más por tu situación. Tal y cómo vas y cómo van las cosas no creo que esta vez te dejen marchar de rositas como las otras veces. ¡Que fue la estatua del presidente Lincoln lo que te cargaste! ¡Nada más y nada menos que a Lincoln! Si hubiera sido otra cosa vale, pero eso ya fue pasarse de castaño oscuro –me informó escandalizado.
Reconozco que mis problemas con la ley empezaron desde tiempos remotos, justamente desde que me saqué la licencia de conducir y el dinero y la fama me sonrieron de golpe. Primero empecé con buzones de correos, luego pasé a postes de luz, parques y así hasta acabar con edificios y esculturas patrimoniales.
Reí nada más con el recuerdo no tan nítido que tenía grabado en mi borrosa memoria.
-No deberías reírte, y mucho menos con la que se avecina –me previno.
-¿Y eso qué quiere decir exactamente, Frankie? –pregunté intentando imitar su misma seriedad.
-¿Recuerdas que te dije que si no te tocaba la jueza Munich todo estaría bien? –me preguntó disimulando su nerviosismo ante todos los que pasaban por ahí ya que esa información era confidencial.
Seguimos caminando por los pasillos que conducían hacia los juzgados.
Asentí.
-Pues, es ella quien te ha tocado esta vez –me informó ya abriendo la puerta principal que conducía de frente al estrado donde me esperaba una mujer de unos cuarenta y tantos, y cincuenta y pocos, de pelo corto y con una expresión de mala uva que incluso un buldog parecía un cachorrito amaestrado.
Al verla sentí cómo mi estómago se retorcía en mi interior, también podía ser por el puro hecho de que todavía no había probado bocado desde la noche pasada. Todo podía ser posible cuando se trataba de Keith von Kramer.
-Vaya, hasta que por fin nos vemos las caras, señor Kramer –me dijo con su tono de <<soy demasiado anciana y decrépita pero bien formada como para hablar con claridad>>.
-Es un placer tener a tal belleza frente mis ojos después de una noche como la que pasé rodeado de… bestias –dije haciendo una reverencia tal y como el rey de Dinamarca me había enseñado hace ya mucho tiempo.
Al enderezarme vi cómo su ceño se curvaba de pura sorpresa.
-Sabe que es de mala educación hablar así de excompañeros, ¿verdad? –me preguntó aún con el ceño curvado.
Durante unos segundos sus ojos se mantuvieron desafiantes con los míos para luego dirigirse a los papeles que tenía sobre la mesa. Fue cambiando página por página hasta terminar cerrando la carpeta, dando un suspiro suave. Se acomodó las gafas y prosiguió:
-Según lo que me pone en este informe detallado sobre su pasado y presente delictivo, se podría decir que usted no es que se encuentre en su mejor momento –comenzó, posando sus manos cruzadas sobre la mesa –. Además, cabe mencionar que su conducta no fue la mejor durante su arresto.
-¿Ah, no? –pregunté inocentemente.
-Agredió a uno de los policías, señor Kramer –señaló en tono severo, entrelazando las manos sobre la mesa.
En un principio no supe cómo tomarme semejante acusación hasta que al intentar recordar lo sucedido la noche pasada, todo, incluso ese momento, lo tenía borroso.
-¡Espere un momento! –salté de repente de mi asiento –. Eso que usted menciona yo, al menos, no lo recuerdo –dije en mi defensa.
Mi abogado, policía y compañero de copas, que estaba sentando a mi lado, me cogió del brazo tratando de contenerme y tiró de mí para que me sentara.
-Keith… -susurró mi nombre con precaución.
-¿Qué? –pregunté en su dirección –. Además, no creo que tengan pruebas que me inculpen.
-Oh, claro que si las tengo, y para mi suerte, esta vez tengo incluso más de las que esperaba. Y ahora mismo me acaba de mostrar otra con su comportamiento, señor Kramer –dijo ella con el ceño tan liso por la alegría que hasta una sonrisa se podía apreciar en sus labios llenos de botox.
-¿Cómo cuales? –preguntó mi amigo ya de pie.
-Como por ejemplo el hematoma que le dejó su cliente en el ojo de su colega de oficio, o el video en el que aparece golpeándolo en el momento en que se le pide muy gentilmente que lo acompañe a la comisaría por ir a una velocidad excesiva debido a los efectos del alcohol, intento de fuga, y, sobre todo, el daño ocasionado a un monumento público –leyó lo que tenía en los papeles cada vez más escandalizada.
-¿Video? ¿Qué video? –preguntamos los dos a la vez.
-El video que la cámara del coche patrulla consiguió grabar. Como cualquier hijo de vecino sabe, los coches patrullas tienen incorporados a sus salpicaderos cámaras de vigilancia por si ocurren espectáculos como los que usted fue capaz de ocasionar –informó mirándome petulante.
-¿Eso es cierto? –pregunté volviéndome a Frankie.
Él asintió desdeñoso.
Sentí cómo la presión de la sala caía sobre mí.
-Además podría encerrarlo de nuevo por haberme alzado la voz. Le recuerdo que está en una situación algo delicada, sobre todo siendo yo la que dicte su futuro -añadió amenazante.
Al escuchar sus palabras algo en mi fuero interno se encendió de golpe.
-Ya entiendo –volví a interrumpirla –. Lo que le pasa a usted, jueza Munich, es que me está cobrando lo sucedido con su hija –le recriminé.
-¡Óigame usted! –exclamó perpleja.
-¿Tengo o no tengo razón? Que sepa, su señoría, que lo sucedido con su hija fue un simple malentendido. Yo nunca quise propasarme con Amelie, más bien fue ella la que trató, en todo momento, de quitarme los pantalones –informé en mi defensa ya que en mi opinión me parecía una injusticia.
-Keith… -volvió a susurrarme algo ansioso mi abogado.
-¡Pero bueno! ¡Agentes, arrestadlo ahora mismo! –gritó la jueza en dirección a los dos orangutanes que permanecían quietos junto al estrado.
Estaba que echaba fuego por la boca, sólo le faltaban las escamas para parecer un dragón, o, en este caso, una lagartona.
-Disculpe su señoría, pero en este caso protesto –dijo Frankie poniéndose en pie nuevamente saliendo en mi defensa –. Preferiría que los asuntos personales quedasen a un lado en este caso.
-¡Protesta denegada! Y que sepa que fue su cliente el culpable al atreverse a desafiarme de tamaña manera.
-Y lo tengo muy presente, su señoría, por eso quiero pedir que este juicio siga sin la presencia de mi cliente ya que en estos momentos todavía se encuentra algo alterado por los sucesos ocurridos mientras se encontraba en comisaría. También es por lo que pido que no se tenga en cuenta cualquier tipo de comentarios hirientes por parte suya –propuso Frankie mucho más calmado que los allí presentes.
Se mantuvo dubitativa durante unos instantes hasta que cogió su mazo y dijo:
-Se le concede un receso de media hora en el que su cliente deberá abandonar la sala, eso sí, sin salir del establecimiento ya que tal hazaña le sería tomado como un intento de fuga –y una vez terminado su discurso dio un golpe de mazo sobre la madera de su mesa.
  Todos se pusieron en pie, incluso mi abogado. De mucho no llegué a enterarme, pero lo que sí me quedó bien claro era que no me querían allí, y me alegro.
-Bueno Frankie, ¿cómo va la cosa? –le pregunté una vez fuera.
Dio un suspiro prolongado.
-Keith, ¿estás loco o qué te pasa? ¿Cómo se te ocurre sacar semejante tema en medio de un juicio? –me inquirió enfadado.
-¿Cómo que cómo? Pues muy fácil, abriendo la boca y articulando. Pruébalo, no creo que sea muy difícil –le respondí con mofa mientras me quitaba una pelusa de mi hombro.
Frunció el ceño.
-Te lo digo en serio y tú te lo tomas a broma. Que sepas que es tu vida la que vas a cagar como sigas con este plan. Además, porque te considero un buen amigo soporté lo que hiciste allí dentro porque si se lo hubieras hecho a otro pobre desgraciado, lo más seguro es que te hubiera dejado tirado en medio de la sala –me advirtió.
-No lo creo –le contesté muy seguro mientras me bebía un café con leche.
-¿Ah, no? ¿Por qué?
-Muy fácil, porque les pago, y muy bien. Eso tú lo sabes mejor que nadie. Se podría decir que el dinero puede con todo.
-¿Y si no lo tuvieras? ¿Qué harías en ese caso?
Me quedé callado, sorbiendo lo último que me quedaba de café.
-Pues te llamaría a ti, mí querido amigo Rivière. Tú que siempre me sacas de todos los líos en los que me meto sin querer –le dije pasando mi brazo por sus hombros de manera amistosa.
Y no tenía de otra después de convertirse en mi abogado indefinidamente. Al principio se mantuvo distante conmigo por el hecho de ser una mala influencia y cosas por el estilo, pero después de reunirnos tantas veces debido a según él “mis actos vandálicos”, nos hicimos muy buenos amigos.
Puso los ojos en blanco.
-Pero bueno, ahora que “doña venganzas” me ha pedido que no entre en la sala, ¿qué tienes pensado hacer?
-Intentar negociar, a sabiendas de que no será nada fácil, pero al menos trataré de que no te encierren. Quizás libertad condicional o servicios comunitarios no te vendrían nada mal…
-Espera, ¿servicios comunitarios? ¡Estás loco o qué! Yo haciendo servicios comunitarios… ¡Ja! No me hagas reír. Mejor trata de conseguirme la libertad condicional, que al menos es mucho más blando y suena mejor: Libertad condicional –repetí con énfasis.
-No te hagas ilusiones amigo mío, que puede que te toque lo contrario. Aunque si quieres libertad condicionada prepárate para pagar un suma considerable de dinero, lo digo por lo de la reparación del monumento y todos los daños y perjuicios ocasionados –explicó muy tranquilo.
Normal, en su caso ya que no sería su bolsillo el que se resentiría.
Pasada la media hora las puertas de las sala se cerraron con mi amigo-abogado dentro. En cierta parte me daba miedo lo que podía ocurrir allí dentro pero me tranquilizaba la idea de que se tratara de Frankie el que me representara, el mejor abogado del estado, incluso se podía decir que del país.
Mientras veía cómo pasaba el tiempo a mí alrededor, esperando a que terminase todo, un montón de abogadas, con sus camisas ceñidas y sus faldas cortas, pasaron frente a mí mirándome con ojos juguetones. De vez en cuando correspondía a sus miradas pero la verdad, en ese momento no estaba como para pedir direcciones, no sólo por mi mala presencia, sino porque apestaba a vagabundo por culpa de mis colegas de celda.
Después de una hora allí dentro, Frankie salió todo sonriente y relajado, saludando y dando apretones de manos a los jueces que lo rodeaban. Lo más seguro es que estuvieran felicitándolo.
-Bueno, según me das a entender…
-He conseguido que no te metieran en la cárcel –me informó con una sonrisa arrebatadora para ser un tío.
-¿En serio? No me lo puedo creer, bueno sí, pero no pensaba que tan rápido. ¿Qué hiciste? Le enviaste alguna que otra indirecta a la jueza cara perro ¿o qué? –intenté sonsacárselo a base de codazos.
Soltó una carcajada y abrió su maletín con una habilidad que sólo se obtiene con el paso de los años de experiencia ya que si os soy sincero, el primer día que lo tuve como abogado era un completo desastre, la ineptitud personificada, se le caían hasta las gafas. Sí, gafas. Suerte que lo llevé de compras y ahora lleva un traje aceptable y unas lentillas como Dios manda. Extrajo unos papeles y me los entregó.
-¿Qué es esto? –le pregunté sonriente.
-Son los papeles que debes rellenar si quieres salir libre –me informó muy pagado de sí mismo.
-¿En serio? Y después de esto se acabó, ¿no?
Se mantuvo en silencio un buen rato, acomodando papel por papel que posaba en mis manos extendidas, hasta que dijo:
-Para conseguir tu libertad sí, pero… -vaciló un segundo antes de seguir –. Enserio no sé cómo lo consigues pero tío, tú tienes un ángel de la guarda o algo por el estilo.
-¿A qué te refieres? –le pregunté extrañado.
-¿No te enteraste? –inquirió perplejo, levantando la cabeza para mirarme de frente.
Negué sin comprender.
-A último momento, justo antes de que se dictara sentencia, la jueza Munich recibió una llamada del hospital y tuvo que salir a toda prisa de la sala –me informó resplandeciente.
-¿En serio?
-Sí, y, además, la jueza que te tocó como suplente es una vieja amiga mía a la que, si te digo la verdad, le encantas –. Vaya, no me extrañaba que una jueza de avanzada edad se interesara en mí por mi tipazo y presencia, pero tanto como para ayudarme en mis problemas con la justicia… Mi imaginación en momentos así no se podía considerar brillante.
-¿Entonces estoy libre sin ningún cargo? –pregunté esperanzado.
-No del todo –dijo vacilante.
-¿Cómo que no del todo?
Ya me estaban empezando a temblar las piernas por la presión.
-Me refiero a que tienes que pagar una suma muy fuerte de dinero para la reparación de los destrozos que ocasionaste, también como fianza y…
Se le apagaron los ojos.
-¿Y...?
-Y deberás cumplir un tiempo de servicios comunitarios como condena a tu mala conducta hacia La Patria –me soltó de golpe.
Eso fue como una patada a mis partes nobles. Me cayó como un balde de agua fría… ¡Servicios comunitarios!
Intenté tranquilizarme y no soltar una sarta de blasfemias debido a que no estaba en el lugar apropiado, pero sentía que si no decía algo iba a acabar explotando.
-Te dije que servicios comunitarios no. ¿Cómo…? –mascullé con la mandíbula tensa.
Se encogió de hombros.
-No tenía de otra. O servicios comunitarios o pasar un largo tiempo en Chirona. Además hay algo más… pero eso creo que va a ser mejor verlo en casa e ir primero a hacer los trámites para tu libertad, ¿no te parece? –me preguntó ya empujándome por la espalda hacia las oficinas.
Al menos al salir pude respirar aire puro y fresco de ciudad, rodado de civilización y, ¿por qué no?, mujeres, quienes me esperaban revoloteando como conejillos en mi lujoso apartamento de la Gran Manzana.

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