Buff... bueno, aquí dejo el capítulo 3.2, porque es la segunda parte del capítulo La Entrevista, así que nada, aquí está:
La Entrevista -segunda parte-
La estancia no era muy acogedora que digamos pero al menos disponía de unos asientos individuales junto a la pared frente al recibidor, y una mesita donde se mantenían apiladas a duras penas unas cuantas revistas escogidas al azar y algún que otro periódico ya antiguo lleno de garabatos hechos con bolígrafo. A la derecha del recibidor estaba una puerta por la que, si no recordaba mal, había entrado Frankie, y supuse que allí debía encontrarse reunido con el dueño de aquel antro, también por el hecho de que en un pequeño letrero escrito a negrita con un fondo gris metálico trajera: Marc Gilbert, El Jefe.
La muchacha de antes apareció de entre uno de los pasillos que formaban aquellos despachos separados tan solo por pequeñas paredes de plástico blanco enmarcados por tubos del mismo material pero en negro. Traía consigo unas cuantas carpetas recopiladas unas encima de otras con el riesgo de caer tarde o temprano y provocar un estropicio, por lo que fui rápidamente a ayudarla tomando la mitad de arriba.
-Esto… -dijo ella al ver mi acometida.
-Tranquila, ya te ayudo yo, no te preocupes –la interrumpí mientras seguía su paso.
-Bueno, vale, gracias –y las dejó sobre la mesa del recibidor.
Traté de acomodarlas haciendo otra fila al lado de la que ella había hecho, no sin tanta habilidad como la suya, y veía cómo se alzaba su melena cobriza en una coleta de caballo y cogía una de las carpetas para abanicarse con ella haciendo que su perfume a aromas de bosque rondase a su alrededor dejándome extasiado.
-Vaya, un sitio acogedor –solté en un suspiro breve y juntaba mis brazos a mis costados.
Ésta me contempló, clavándome la mirada firme, haciéndome sentir sumamente cohibido y deseé no haber dicho nada.
-¿De verdad lo crees? –preguntó sorprendida.
Me encogí de hombros como si nada.
-¡Ja! –soltó de repente –. Para el jefe es su primer hogar, para mí es mi lugar de trabajo y para el resto de los que están aquí también lo es –se explico apartando la mirada, concentrándose en la pantalla de ordenador escondido en uno de los rincones de aquella mesa y de vez en cuando desviándola en dirección a las carpetas.
-¿Primer hogar? ¿A caso vive aquí?
Volvió a cruzar su mirada con la mía, enarcando una ceja.
-Dedica más horas a su trabajo que a su propio hogar –dijo con voz neutra.
Asentí lentamente. No me sorprendía en lo más mínimo, para nada. Aún no conocía al que iba a ser mi jefe durante los próximos meses, pero como hombre que soy debía comprenderlo al sentirse aburrido de estar atado a un matrimonio que la única novedad que le proporcionaba era que en el supermercado habían cambiado de cajera porque a la anterior la pillaron “tomando prestado” productos del lugar.
-¿Y cómo es tu jefe? –pregunté al cabo de unos segundos.
No pude evitar acercarme más hasta apoyarme ligeramente sobre la madera y verla más de cerca. Aún tenía cierta apariencia adolescente pero con ciertos rasgos que la hacían ver como una mujer hecha y derecha.
-¿De veradad lo preguntas? –volvió a adoptar esa expresión sorprendida.
Y yo volví a encogerme de hombros.
Se mantuvo pensativa mientras se llevaba el bolígrafo a la boca y masticaba ligeramente el tapón que ya tenía viejos mordiscos, y pude ver que tenía ciertas manías, añadiendo el que se mordía las uñas pues las tenía bastante descuidadas, y en el mismo estado se encontraban sus labios con alguna que otra herida en estado de curación. Tenía problemas de ansiedad y nerviosismo, lo cual conllevaba a problemas de estrés. Lo pude deducir por aquellas pequeñas señales además de haber visto un cilindro pequeño anaranjado de pastillas, calmantes mejor dicho.
-Pues el jefe es el jefe, ¿qué más quieres que te diga? Le gusta su trabajo, motivo por el cual exige a sus trabajadores toda la seriedad posible.
-Entonces es un adicto al trabajo.
-Se podría decir que algo así –encogiéndose ligeramente de hombros. Su actitud despectiva hacia su jefe me hizo ver que no estaba muy a gusto con su puesto. A lo mejor no tenía mejor propuesta que ésta y se encontraba encadenada a este trabajo sin mucha ilusión.
-Tu jefe debe ser un tirano –dije medio en broma aunque tratando de sonar sincero.
Ésta me clavó su mirada directa nada más proferir aquella frase.
-¿Por qué lo crees? –inquirió enarcando ambas cejas, intrigada.
-Pues porque mientras él está en su despacho retozando en un clima apropiado para el cuerpo humano, vosotros estáis aquí, soportando estas temperaturas que provocarían a cualquiera problemas de deshidratación –me expliqué como si fuera lo más obvio.
La muchacha aún conservaba esa expresión de intriga en el rostro aunque volvió a concentrarse en lo suyo.
-Y dime, ¿cómo sabes que tiene aire acondicionado?
-Pues porque siento cómo del pequeño resquicio debajo de aquella puerta –señalé la puerta del jefe –sale cierta brisa fría en comparación con la que siento en el cuello. Además, yo no he mencionado nada sobre ningún aire acondicionado.
Frunció el gesto aunque asintió satisfecha.
-Veo que eres un buen observador -murmuró.
-En muchos sentidos, la verdad –dije todo pagado de mí mismo.
Dejó todo lo que tenía delante para acomodarse sentándose en la silla, irguiendo la espalda, apoyando los codos sobre la mesa y acabando por entrelazar ambas manos para contemplarme seriamente desde su posición de secretaria.
"Vaya, vaya, qué poco disimula" pensé al verla cómo me examinaba lentamente hasta acabar por mantenerme la mirada.
-Y dime, esto… ¿Cuál es tu nombre, perdona? –quiso saber antes de seguir con la frase.
-Keith von Kramer –respondí mientras alzaba la mano para estrecharla con la suya.
Ella correspondió a mi saludo.
-Bien Keith. Dime, ¿qué más crees conocer del jefe? Porque me he quedado con la intriga de saber tu punto de vista –pronunció cada palabra con cierto tono divertido, como retándome.
Sonreí discretamente.
-¿De verdad te interesa? Me sorprende que quieras saber mi punto de vista… -entrecerré los ojos visualizando la pequeña insignia que llevaba prendida en la camisa para poder leer su nombre: Amanda G. –: Amanda –dije al final.
Ésta desvió la vista allí donde mis ojos se habían concentrado con anterioridad y sonrió volviendo a tomarme atención.
-Continúa por favor, no te detengas, que me interesa aunque no lo parezca.
Asentí.
-Si te soy sincero me importa muy poco lo que le pase a tu jefe, yo tan solo quiero terminar cuanto antes con todo esto e irme para casa y volver a mi vida antes de la sentencia –expresé.
Amanda se volvió a incorporar en su asiento contemplándome con más atención.
-¿Sentencia?
-Sí. Supuse que como eres la secretaria de este lugar debías de conocer mi caso, ¿o no?
En cuanto terminé de pronunciar la frase, ella rápidamente fue a revolver entre las carpetas, supuse que buscando una, y no me equivoqué porque enseguida cogió una amarilla y la abrió, pasando página por página hasta encontrar la que buscaba. Me enseñó la hoja.
-¿Qué es esto? –pregunté mientras le echaba un vistazo a lo que me acababa de entregar.
En ella estaban impresos mis datos personales al igual que mi currículum, mi pequeño inconveniente con la justicia y los motivos por los que debía trabajar en aquel lugar, también vi al final la firma de Frankie y la mía.
-Te puedes hacer una idea de lo que es, ¿no? –insinuó mientras se apoyaba hacia delante en la mesa –. La verdad es que la fotografía no te hace justicia –dijo con tono despectivo, enseñándome una fotografía tomada meses atrás en una rueda de prensa en la que aparecía tal y como estaba ahora sólo que con un traje diferente, regalo de TommyHilfiger. Con ese pequeño halago me di cuenta de que ya estaba empezando a caer en mi telaraña. Genial. – Aunque, ¿sabes qué? Suelen haber muchos casos como el tuyo, no aguantan mucho tiempo trabajando para El jefe ya que como tú dijiste, en cierto modo, es un tirano.
Alcé la cabeza en cuanto lo dijo.
-¿Otros casos?
Asintió moviéndose aún sentada en la silla hasta un fichero detrás de ella y abrir uno de los cajones llenos de carpetas clasificadas alfabéticamente.
-Vaya… -solté en un silbido.
Le entregué la hoja con mis datos.
-¿Es que acaso el tirano de tu jefe no los aguantó lo suficiente y los echó? –volví a insinuar bromista.
Se encogió de hombros.
Antes de que dijera algo más se abrió la puerta del despacho y de ella se vio salir a Frankie acompañado del rey de Roma. Ambos se dieron un apretón de manos entre risas hasta que el jefe entró de nuevo dejando la puerta entreabierta.
-¿Qué haces aquí? –fue lo primero que dijo Frankie nada más verme allí, todo grosería.
-Yo también me alegro de volver a verte, eh…
-Como bien sabes te dije que te mantuvieras fuera –dijo, más bien murmuró muy cerca de mí.
-Bueno, ¿qué le vamos a hacer? Además, vine a hacer compañía aquí a la bella Amanda –le expliqué mientras me giraba mostrándole una sonrisa cómplice.
Ella hizo lo mismo muy atenta a nuestra conversación.
Frankie miró en su dirección y supo enseguida mis intenciones.
-Keith, por favor, no la cagues ¿de acuerdo? –me pidió abatido, llevándose una mano a sus ojos, masajeándolos.
-Eh, tranquilo. Puedes confiar en mí.
-¿Tú crees? –insinuó desconsolado.
-Pues claro, hombre de poca fe.
Éste suspiró aún preocupado.
-Esto, disculpad –dijo de repente Amanda, interrumpiéndonos. Ambos nos giramos en su dirección –. El jefe requiere de la presencia del señor von Kramer –anunció formal.
¿Me acababan de decir señor? Vaya formalidad para ser un sitio que carecía de ella.
Asentí, y no sin antes recibir una advertencia de Frankie, abrí la puerta del señor Marc Gilbert, más conocido como El Jefe.
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