Capítulo segundo: Adiós fortuna
-¡¿Que no puedo regresar a mi casa ni disponer de mi dinero?! ¡¿Pero qué tipo de sentencia es esa?!
Me quedé petrificado en cuanto Frankie me lo dijo. ¿Acaso la dichosa jueza se fumó algo fuerte antes de dar la sentencia o qué? Si es que no me entra en la cabeza, es imposible, una locura.
-Mira, Keith, es por tu bien. Además te va a venir estupendamente este tipo de escarmiento para la próxima que se te ocurra estamparte contra algo o alguien –me previno mientras me servía un té sin azúcar, tal y como me gustaba.
Me temblaban hasta las manos de la pura impotencia que sentía. ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Dónde iba a vivir? Y sobre todo, ¿qué me deparaba el futuro?
-Pero al menos podré ir a por mis enseres, ¿verdad?
-Claro, es una de las excepciones por así decirlo, que mencionó al terminar –me aseguró amistoso.
-¿Y por si acaso no mencionó algún tipo de vivienda mientras dura este escarmiento? Porque, chico, a no ser que regrese a casa de mi padre en Alemania, no sabría qué hacer –pregunté aún indeciso.
Negó con la cabeza.
-Si quieres puedes vivir aquí conmigo. Tengo una habitación de sobra que además y si te das cuenta, pago con tu dinero –indicó señalándola.
Sonreí al ver que mis posibilidades de sobrevivir sin un duro estaban resueltas. Sabía que su sueldo era de varias cifras, yo mismo había firmado su contrato.
-En ese caso solo tengo que ir a casa a por lo que necesite y mudarme aquí contigo. ¡Ay! Lo que te espera. Por que lo sabes, ¿verdad?
Enarcó una ceja, extrañado.
-Somos dos solteros cotizados en uno de los pisos mejores situados de la ciudad. ¿Qué chica no quisiera pasar una noche aquí?
Ya incluso lo estaba viendo pasar ante mis ojos. Los dos, parrandeando noche tras noche para así a la mañana siguiente amanecer con una borrachera insoportable, que hasta el simple murmullo del viento parecería el sonido más infernal que nunca antes se hubiera escuchado.
-Ni se te ocurra, Keith, este piso va a quedar igual de inmaculado y puro como antes de que lo comprase a un pobre diablo que, si te soy sincero, era más feo que el culo de un mandril.
Enserio que me dieron ganas de darle un bofetón resonante por lo que acababa de decir. Siendo amigo mío no podía permitir que algo como esto me perjudicara la reputación, claro que no.
-Esto Frankie, tu a caso… -dudé un segundo en si sonar serio o alegre, pero la verdad, estaba algo cabreado –. ¿A caso tú aún sigues siendo casto?
-¿Disculpa? –inquirió extrañado, evitando atragantarse con su bebida.
-No me digas que no sabes lo que significa la palabra castidad… A estas alturas amigo, déjame que te diga, tienes una mente un tanto aniñada, y mucho más siendo un abogado prestigioso y que se supone que los abogados debéis tener un vocabulario un tanto extenso…
-Perdona, perdona… -me interrumpió posando su taza con sumo cuidado sobre la mesita central –. Sé perfectamente a lo que te estás refiriendo, y la verdad, déjame que te diga yo una cosa. ¿Por qué eres tan indiscreto?
Enarqué una ceja al ver su expresión seria y enfadada. Bueno vale, sé que estuvo a punto de atragantarse por mi pregunta y que casi mancha su precioso sofá de moqueta india, pero vamos a pensarlo desde el punto de vista de un amigo preocupado por la salud sexual de las personas que le importan, porque vale que a los quince aún no hayas hecho nada, ni siquiera pensado, pero que a los veinticuatro ni siquiera se haya alzado alguna que otra falda… Eso sí que era preocupante, y sobre todo para mi prestigio, un hombre reconocido por ser el que sale solo y entra con muchas.
-¿Indiscreto yo?
-No, qué va… -dijo con ironía-. Además a ti qué más te da saber si aún sigo o no siendo virgen. Que sepas que son cosas mías.
-Lo cual afirma mis suposiciones –añadí frotando mi barbilla con interés.
-¿Suposiciones, de qué hablas?
Suspiré hondo y escogí mentalmente mis palabras para no sonar indiscreto.
-Que eres gay –le solté después de pensármelo muy bien.
Esta vez sí que tiró lo que le quedaba de bebida sobre la mesa.
-Si es que yo ya me lo temía, en tu forma de mirar a tus compañeros de oficio, tus acciones y aficiones afeminadas como hacer punto de cruz… ¡Oh, por Dios!
Hasta ese entonces no me había parado a pensar en que…
-¿Y ahora qué lindezas se te han pasado por ese cerebro de chorlito que tienes? –dijo todavía recuperándose de la noticia que le acababa de soltar.
-Estás enamorado de mi, ¿verdad? Si es que lo sabía, lo sabía… -me compadecí de mí mismo. Ya me habían dicho que no solo atraía a mujeres –. Si de eso se trataba debiste decírmelo desde un principio y no guardar ese duro secreto durante tanto tiempo. Debiste sufrir mucho, ¿verdad? Oh, Dios, ¿por qué eres tan cruel dotándome de tanta belleza? ¿Por qué? Ahora voy a perder mi dulce e inocente amistad con el bueno de Frankie…
-¿Quieres dejar de hacer el imbécil con esta escena tan melodramática? Que no estás en una de tus películas ni nada por el estilo. Además, quieres dejar de llamarme gay a la cara, porque para tu información no lo soy, ¿vale? –me dijo molesto.
Sentí que la alegría regresaba a mis mejillas como una bocanada de aire fresco después de un día como el que me ha tocado vivir a mí.
-De modo que no eres gay. ¿Y lo otro? –pregunté impaciente.
Suspiró prolongando el silencio.
-Esto, Frankie, por favor, no me decepciones.
Sus ojos recorrían los alrededores con incomodidad e impaciencia por acabar la conversación. Sabía a la perfección que este tipo de charlas a él lo incomodaban, pero ya era lo suficientemente mayorcito como para darse cuenta de que no debía.
-No, no lo soy –lo echó como si le fuera la vida en ello, una acción un tanto exagerada.
-Vale, ya lo sé, pero ¿y lo otro?
-¡Pero que te lo acabo de responder! –hizo un gesto con los brazos que incluso temí por mi vida. Bueno, tampoco para tanto pero aún así era algo más fuerte que yo –. No lo soy, ¿vale? ¡No soy virgen!
Me quedé un buen rato observándolo con detenimiento, conteniendo el aliento que tanto aprecio tenía ya que le sentaba de maravilla a mis pulmones limpios de todo tipo de humo que no fuera la contaminación de la ciudad, una contaminación llena de vida.
-¿Enserio? –Brillante, estupendo, magnífico. –Oh, no me lo puedo creer… El niño se ha hecho mayor.
Me encantaba tomarle el pelo las veces que veía la ocasión de hacerlo. Me sentía culpable, sobre todo después de lo que había hecho por mí hasta ahora, pero lo que se dice remordimientos, mucho en mi interior no había para nada, era una persona tan amante de mí misma que me daba igual lo que le pasase a otros.
Después de una ardua charla sobre la virginidad de mi amigo y compañero de copas, y actualmente compañero de piso, se decidió que era la hora de cenar.
-Si quieres algo ahí tienes la despensa a tu disposición –me informó levantándose y señalando la cocina de estilo americano.
Me encantaba su piso, claro, cómo no si se lo había escogido yo personalmente cuando le obligué a mudarse a una zona más accesible para mi bienestar ya que allí donde vivía, en ese barrio tan apartado de la mano de Dios, como que no.
-¿A caso no tienes hambre, Keith? –me preguntó extrañado.
-Pues claro, es una pregunta obvia mi querido amigo Frank –apunté cruzándome de piernas y poniéndome lo más cómodo posible –. Y dime, ¿cuándo van a venir las criadas? –pregunté mirando a mí alrededor, impaciente.
Frankie enarcó una ceja en mi dirección para luego seguir mi mirada con la cabeza, luego suspiró con fuerza y se cruzó de brazos con una actitud un tanto seria, nada nuevo la verdad.
-Aquí no hay criadas, Keith, aquí se hace las cosas uno mismo –me informó aún molesto.
-¡Co… cómo! –exclamé sujetándome a los brazos del sofá, o más bien a lo que se suponía que eran –. ¿Entonces cómo demonios, y perdona la expresión, haces las tareas domésticas si no tienes criadas? –inquirí anonadado.
Su rostro se tornó pálido en pocos segundos en los cuales la duda me inundaba por dentro.
-Esto, dime Keith, ¿a caso tú nunca has hecho tareas domésticas? –pronunció las palabras con voz temblorosa.
Negué con la cabeza dejando que mi hermoso pelo dorado se esparciera por los alrededores de mi cara, reflejando destellos cegadores. ¡Ay, cómo lo adoraba!
-Hay que ser vago… Mira Keith, aquí cada uno hace sus tareas. Yo las llevo haciendo desde que era un pequeño mocoso de cuatro años. No creo que se te caigan las manos tan solo por intentarlo, por algo se empieza… –comenzó a hablar para sí mismo como siempre.
-Hey, hey, para el carro amiguito, yo no pienso limpiar nada, por algo pago a unas criadas para que me hagan todo lo que yo quiera –dije dejando las cosas bien claras.
-A saber lo que les obligarás a hacer a esas pobres muchachas –pensó preocupado, entrecerrando los ojos en el infinito, quizá imaginándose la situación –. Pero aquí no hay criadas ni nada por el estilo y yo, ya te dejo esto bien claro: no pienso ser tu criada, ¿de acuerdo?
Puse cara de pocos amigos, refunfuñando hasta que me entró el sueño y me levanté perezosamente para ir a la habitación que otras veces ya había utilizado como una copia de la mía cada vez que Frankie salía de viaje y dejaba a mi cargo su preciado piso, que la verdad, nunca supo para lo que realmente lo utilizaba.
-¿Pero acaso no piensas cenar? –preguntó desde el salón en un grito.
-¡No! –grité ronco-. Ya hasta se me quitaron las ganas –. Y como para que no, menuda estupidez de plan. ¿Quién me mandaba a mí meterme en semejante lío, y sobre todo para meterme en el lío de un maniático de la limpieza que estaba seguro que no me dejaría en paz si no hacía lo mío? Lo conocía demasiado bien como para asegurarlo. Pobre de mí, si es que era tan desgraciado.
2 comentarios:
Hola!! Lamento no haber tenido tiempo antes, pero me encantó tu blog, está muy nanai :)
Este pedacito... me encantó!!
jaja, no pasa nada, me alegro que te gustara :D
un besoo
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